Esta es una historia contada con los mejores sentimientos de respeto para los padres, hermanos, abuelos, tíos y amigos que han recorrido o que están iniciando el camino de tener en sus familias y hogares un miembro con síndrome de Down.
A hacerlo nos motivan tres razones muy especiales:
La primera, porque Pablo nació en el año 85, aun habiendo pasado tanto tiempo, hoy, recibir a un hijo con Síndrome de Down sigue siendo para muchos padres una noticia cuya connotación es desoladora, como una sentencia a un destino de sacrificio, frustración y tristeza. Nada más lejos de lo que un niño con Síndrome de Down trae con su presencia.
Contando la historia de Pablo queremos mostrarles a los padres que, si bien el diagnóstico de Síndrome de Down es lo único que conocen de su bebé por ahora, lo que su niño o niña será como persona va mucho más allá de su conteo de cromosomas, y descubrirlo mientras crecen juntos es tan apasionante como con cualquier otro niño, si no dejamos que la etiqueta de “Down” nos nuble la vista.
La segunda razón por la cual escribo la historia de nuestro Pablo es mostrar cómo un hijo con Síndrome de Down puede hacerte reír y soñar lo mismo: ellos también pueden alcanzar metas, romper barreras, superarse y triunfar, aunque les cueste tres veces más esfuerzo y tres veces más tiempo, y por ello sea la foto más inspiradora que podría ilustrar a la palabra perseverancia en el diccionario.
Y la tercera razón, es porque creemos en la convivencia. Y contar su historia es reunirla para esta generación y salvarla para la venidera. Es dejar por escrito, con mucho orgullo, que la vida de Pablo no estuvo llena de discapacidad, sino de capacidades que lo hicieron músico, pintor, atleta olímpico y un hijo que no cambiaríamos por nada en el mundo.